El día de los enamorados ABC publicó este artículo de opinión, firmado por Andrés Ibáñez. Por la wikipedia descubro que el autor y yo debimos de ser prácticamente compañeros de estudios, que seguramente tuvimos a los mismos profesores. O quizás no, pues tilda de falacia una frase perogrullesca que todos decíamos con devoción al salir de determinadas clases: «no sólo es necesario saber de algo, sino que también es necesario saber enseñarlo». Descubro también que mi antiguo compañero es hoy porfesor de la Escuela Oficial de Idiomas, como yo lo soy del Instituto Cervantes, esa "secta pedagógica". Ahí acaban los paralelismos biográficos, porque él es además articulista, narrador y poeta, cosa que yo no, ni por pienso, que diría el santo patrón de mi jornada laboral.
El artículo que quiero comentar tiene un título redondo y rotundo: "Pedagogía". En él el autor arremete contra los pedagogos y la pedagogía, a quienes entre otros desastres, atribuye la idea de la transformación en máster del antiguo CAP, una de las consecuencias para España de su adhesión al Proceso de Bolonia, nacido de la Declaración de Bolonia:
Fernández Liria, autor de las palabras que acabo de entrecomillar, días antes del de San Valentín también había arremetido contra este proyecto en las páginas de Público, y sus palabras tuvieron un eco enorme en internet. La crítica de Fernández Liria al máster se sustenta también en la idea de que, llegados a quinto, los estudiantes tendrán que elegir entre el máster y un curso de especialización, y que, si quieren tener un oficio y dedicarse a la enseñanza en el futuro, estarán obligados a escoger el máster, por lo que, comparados a sus compañeros que no quieran dedicarse a la enseñanza y se especialicen, tendrán una formación peor en sus propias materias. De donde se deduce que los profesores siempre tendrán una formación deficiente en sus áreas de especialidad:
En fin, que se trata de un modo de pensar muy español: trabaja más quien más horas está (quien más horas sestea, bonito calambur) de cara al ordenador de la oficina; sabe más quien ha estado más años asistiendo a clase.
No soy amiga de los másteres, que me parecen con todo el respeto un bonito negocio; no conozco a fondo la propuesta de reforma, ni tengo por tanto formada una opinión. Pero ese argumento -de báscula más que de peso- no me sirve.
El artículo que quiero comentar tiene un título redondo y rotundo: "Pedagogía". En él el autor arremete contra los pedagogos y la pedagogía, a quienes entre otros desastres, atribuye la idea de la transformación en máster del antiguo CAP, una de las consecuencias para España de su adhesión al Proceso de Bolonia, nacido de la Declaración de Bolonia:
Los pedagogos acaban de ganar una gran batalla. El Curso de Aptitud Pedagógica (que duraba, no lo olvidemos, ¡nada menos que seis meses!) se verá sustituido por un interminable Máster con millones de asignaturas que robará todavía más tiempo de vida a los pobres desdichados que se metan, a partir de ahora, en esa trituradora de carne que es el sistema de oposiciones español.Seguramente Don Andrés y yo sufrimos el mismo Curso de Aptitud Pedagógica, con la diferencia de que él aún no se ha recuperado: "un cursillo pedagógico que ha sido la vergüenza del sistema educativo español durante décadas".
Fernández Liria, autor de las palabras que acabo de entrecomillar, días antes del de San Valentín también había arremetido contra este proyecto en las páginas de Público, y sus palabras tuvieron un eco enorme en internet. La crítica de Fernández Liria al máster se sustenta también en la idea de que, llegados a quinto, los estudiantes tendrán que elegir entre el máster y un curso de especialización, y que, si quieren tener un oficio y dedicarse a la enseñanza en el futuro, estarán obligados a escoger el máster, por lo que, comparados a sus compañeros que no quieran dedicarse a la enseñanza y se especialicen, tendrán una formación peor en sus propias materias. De donde se deduce que los profesores siempre tendrán una formación deficiente en sus áreas de especialidad:
El Máster, además, sustituye al quinto curso de formación que actualmente tiene que cursar un profesor en su materia, lo que supone un grave deterioro, que se suma a la devaluación general que el proceso de Bolonia impone a los grados respecto de las actuales licenciaturas. Eso implicará profesores de Secundaria y Bachillerato que cada vez sabrán menos matemáticas, filosofía, química, gramática o música.Con perdón, quiero decir que esto me parece una tontería mayúscula, fruto de un concepto arcaico no ya de la universidad sino de la profesionalidad, como si un estudiante estuviera condenado a vivir toda su vida futura profesional de los cuatro conceptos (o cinco, si hace quinto) que le enseñan o que aprende durante esos años. Quienes se oponen a las becas erasmus participan de la misma idea: los estudiantes pierden un año. Pero, ¿qué puede enseñar la universidad si no enseña a buscarse la vida con el conocimiento? Evito aludir al concepto de "aprendizaje autónomo", que luego me lapidan. Y yo lo digo por mí: lo que sé poco o mucho no es lo que me queda de lo que me enseñaron en la universidad (y olvidé); diría incluso que empecé a aprender después de quinto, cuando tuve que trabajar solita y buscarme la vida: prepararme las clases, hacer la tesis, curiosear, divertirme con los libros... buscar información, formarme, por necesidad, por vicio y por placer. Vicio y placer que mis buenos profesores me habían sabido transmitir y los malos hecho buscar. Es en ese momento cuando comprendí que la aportación educativa de la universidad sería pobrísima si se basara sólo en los conocimientos al peso; que un profesional no lo es si le basta con lo que estudió para los exámenes de la carrera. Que como decía el maestro barroco que no me obligaron a leer pero me enseñaron a querer y a buscar, "el ocio del estudiante es el estudio". Y hoy en día más que entonces, más que nunca, los conocimientos están por todas partes.
En fin, que se trata de un modo de pensar muy español: trabaja más quien más horas está (quien más horas sestea, bonito calambur) de cara al ordenador de la oficina; sabe más quien ha estado más años asistiendo a clase.
No soy amiga de los másteres, que me parecen con todo el respeto un bonito negocio; no conozco a fondo la propuesta de reforma, ni tengo por tanto formada una opinión. Pero ese argumento -de báscula más que de peso- no me sirve.
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