¿Tiene razón de ser la exigencia de realidad, con frecuencia extrema, que nos hacemos como profesores? ¿Cuáles son sus límites y sus limitaciones? ¿Hay hueco para la ficción y puede ser ella misma también un factor de realidad? En nuestra labor de docentes de español, en los materiales que aportamos o las actividades que programamos e incluso en la lengua que intentamos transmitir, ¿debemos plantearnos ser reales, ser veraces o ser verosímiles? Y aún más allá: los roles y situaciones didácticos, ¿son verdaderos? ¿No debemos concluir que la ficción también existe, que es de verdad real, y que puede ayudar a nuestros objetivos?
La novela moderna, que perseguía un deseo, fue la respuesta de la ficción a la sospecha de encontrar mentiras en la historia y verdades en la poesía, o al revés. Se trataba de suspender la exigencia de verdad mediante un pacto tácito suscrito por un receptor a quien no importaba la verdad de la historia como tal verdad, sino como mentira verdadera. En el mundo de la metodología de la enseñanza de lenguas, la evolución del método comunicativo y su descubrimiento de la "tarea" es también la respuesta verosímil a la intrínseca artificialidad de la enseñanza de lenguas a adultos. En el pacto suscrito por profesor y alumnos, la exigencia de verdad es una exigencia poética: que lo que ocurre en clase parezca verdad, que sea posible. Ahora la tecnología viene a hacer verdad en el mundo virtual ciertas actuaciones que en clase se tenían que limitar sólo a parecerlo, ¿y qué papel le corresponde al profesor en ese mundo? ¿Será capaz de renunciar a su papel sancionador o se lo permitirán sus alumnos? ¿Debe sentirse en la obligación de estar ahí, y con el boli rojo?
Éste es el guión de la tertulia: