19 oct 2008

Realidad y ficción en la clase de ELE

Mi formación y mi devoción por el barroco me llevaron a elegir este título para la tertulia organizada por el Instituto el viernes pasado (calificar el evento como tertulia es más que nada un deseo -quizás otra mentirijilla más-, porque sólo lo logramos relativamente). Se presentaba así:

¿Tiene razón de ser la exigencia de realidad, con frecuencia extrema, que nos hacemos como profesores? ¿Cuáles son sus límites y sus limitaciones? ¿Hay hueco para la ficción y puede ser ella misma también un factor de realidad? En nuestra labor de docentes de español, en los materiales que aportamos o las actividades que programamos e incluso en la lengua que intentamos transmitir, ¿debemos plantearnos ser reales, ser veraces o ser verosímiles? Y aún más allá: los roles y situaciones didácticos, ¿son verdaderos? ¿No debemos concluir que la ficción también existe, que es de verdad real, y que puede ayudar a nuestros objetivos?

La novela moderna, que perseguía un deseo, fue la respuesta de la ficción a la sospecha de encontrar mentiras en la historia y verdades en la poesía, o al revés. Se trataba de suspender la exigencia de verdad mediante un pacto tácito suscrito por un receptor a quien no importaba la verdad de la historia como tal verdad, sino como mentira verdadera. En el mundo de la metodología de la enseñanza de lenguas, la evolución del método comunicativo y su descubrimiento de la "tarea" es también la respuesta verosímil a la intrínseca artificialidad de la enseñanza de lenguas a adultos. En el pacto suscrito por profesor y alumnos, la exigencia de verdad es una exigencia poética: que lo que ocurre en clase parezca verdad, que sea posible. Ahora la tecnología viene a hacer verdad en el mundo virtual ciertas actuaciones que en clase se tenían que limitar sólo a parecerlo, ¿y qué papel le corresponde al profesor en ese mundo? ¿Será capaz de renunciar a su papel sancionador o se lo permitirán sus alumnos? ¿Debe sentirse en la obligación de estar ahí, y con el boli rojo?

Éste es el guión de la tertulia:


6 comentarios:

Alberto Sánchez dijo...

Yo veo muy idealista, aún, el aula como "un espacio mágico y polivalente en el que todo puede ser verdad" (¡ojalá!). Sobre todo, porque el aula tiene asociados unos esquemas más o menos fijos de comportamientos, expectativas y creencias, variables según los contextos culturales, pero más reales que la realia de la web colaborativa. Es decir, el guión social de la realidad "aula" es más poderoso (todavía) que la abundancia de posibilidades externas que ofrece la tecnología. Tal vez ésta pueda ayudar a cambiar ese guión (si es que es necesario que cambie) pero no más que cualquier elemento nuevo que lo haga más significativo para la realidad comunicativa de los alumnos. En este sentido me parece mucho más importante la imaginación y la representación (de realidades y de ficciones). De otra forma, hablaríamos del fin del aula, lo que no deja de ser otra realidad.

Teresa de Santos dijo...

Creo que tienes razón, aunque no estoy segura de entenderte bien. Lo que quería expresar es que la gente que viene a clase, mientras no les decepciones, están dispuestos a lo que sea: hacer de camareros, de niño pequeño, cambiar de sexo, cantar, rellenar huecos, salvar el mundo en diez reglas, enmendarle la plana a un premio nóbel, jugar, tirar un dado, repetir veinte veces, ser amigo, novio, padre, madre, hijo, abuelo del compañero de al lado...
Esa es la magia del aula y su polivalencia, mientras la magia dura.
Saludos

teresa

Emilio Quintana Pareja dijo...

Pues yo, como de costumbre, discrepo (lo mío ya es grave). Toda mi actividad profesional parte del principio de realidad absoluta y radical, es decir, que el aula es un aula y no otra cosa, y yo soy yo. Creo que en más de veinte años de actividad profesional nunca he hecho un role-play y nunca he dicho una mentira en clase. Si estoy de bajón, lo digo, y eso es parte del aprendizaje significativo. Fingir algo que no siento me parecería una estafa a personas que para mí son reales y adultas, es decir, merecedoras de que no se les insulte a la inteligencia. Estoy muy orgulloso de ello, a pesar de que siempre haya algún alumno que cuando entra a un aula parece que pierde el 90% de su capacidad intelectual y el 100% de su personalidad. A cambio, sigo recibiendo emailes de alumnos que con los años se acuerdan de mí y de mis clases reales, y las echan de menos porque lo que han encontrado después es a profesores que los tratan como a memos.

Desde luego, es un tema importantísimo, y lo va a tratar Antonio Orta en uno de los pocos talleres que -a priori- merecen la pena en el Encuentro Práctico de Barcelona de este año, tan aburrido.

Es que yo, Teresa, de barroco no tengo nada.

Teresa de Santos dijo...

Tus discrepancias son muy bienvenidas, Emilio.
No obstante me atrevo a suponer que podemos acabar estando más de acuerdo de lo que crees. Más que las actividades de rol, me intriga otro tipo de representaciones: las transparentes. El teatro es una herramienta que usa el que quiere, pero que no se puede camuflar: es teatro y todos lo saben. Pero una comprensión auditiva, sin ir más lejos...
Y, por ciero, que se sepa que alguna vez fuiste experto en teatro, y además barroco, si no recuerdo mal.

Saludos desde al lado,

teresa

Isabel Leal dijo...

Pues yo estoy más en la ficción que en las clases realidad que dice Emilio. A mis alumnos les digo, medio en serio, medio en broma, que no me interesa su vida privada y que se inventen lo que quieran. No sabes lo aburrida que puede ser una clase en la que todos los alumnos quieren contarte lo que han hecho el fin de semana y todos han hecho lo mismo... O te dicen "Nada". Y creo que eso, de alguna forma, estimula su "capacidad intelectual". Otra cosa es tratarles como memos, cosa que, como alumna, me repele hasta el infinito.

Teresa de Santos dijo...

Estoy básicamente de acuerdo contigo, porque creo, Isabel, que la verdad o la mentira de la clase no depende en primer lugar de si los alumnos cuentan o no su vida real, sino de si lo que se hace en clase es verdad o mentira, como hecho (como hecho comunicativo, como hecho social), como acontecimiento provocado en la clase. Si hacemos unos y otros cosas que son verdad o al menos lo parecen, y cuánto lo parecen